En los últimos tiempos, los estudios sobre evaluación han alcanzado una notable expansión en todo el mundo, desarrollándose nuevos modelos evaluativos y nuevos objetos de la propia evaluación. Y aun siendo la evaluación una de las acciones más propias de los sistemas educativos, ésta ha sufrido importantes cambios en los últimos años.
El primero es el creciente interés que cobra la misma en tantos otros sectores de la sociedad. Otro es su extensión en el mismo ámbito educativo, pues se generaliza la idea razonable de que no se debe circunscribir los elementos que intervienen en la acción educativa.
Un nuevo cambio se refiere a la distribución de responsabilidades relativas a la elaboración y selección de criterios y procedimientos, y a la toma de decisiones subsiguientes a la misma, todo lo cual se democratiza y abre a la participación.
Como una última consideración, actualmente se abre paso a un tipo de evaluación basada en el diálogo y la negociación. Como señalaba Paulo Freire ( 1998), el diálogo es la forma de relación humana y social, y el medio de transformación del hombre y del mundo. Y, aunque las partes implicadas en el diálogo no sean necesariamente iguales en autoridad, eso no debe impedir que exista una cierta simetría, porque cada una tiene algo que aprender de la otra y algo que enseñarle.
El concepto de evaluación, que puede verse por ejemplo, en Scriven (1967), que describe la evaluación como el proceso por el que se determina el mérito o valor de alguna cosa. Mager (1962), la define como el acto de comparar una medida con un estándar y emitir un juicio basado en la comparación. Igualmente conocida es la de Tenbrick (1984) : “ proceso de obtener información y usarla para formar juicios que a su vez se utilizarán en la toma de decisiones”.
La evaluación de los procesos de enseñanza-aprendizaje, sea cual sea el sistema educativo en vigor, ha de constituir un instrumento de acción pedagógica que favorezca la mejora de todo el proceso educativo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario